miércoles, 8 de agosto de 2007

...strange days have tracked us down...


No pido más que lo que estoy seguro puedes darme. Podrías pensar que es cobardía, pero sé que tus límites siempre se están extendiendo, y que la vida no ha sido graciosa (en ninguno de los dos sentidos) contigo.

A esta forma de representar tu ausencia podría llamarla situacionismo. Son iluminaciones espontáneas, intentos vacuos de poblar las horas desiertas que me separan del alba. Si de mí dependiera, no mediríamos el paso del tiempo en días, sino en noches. Y no estoy solo en esto, somos miles los que pensamos así.

No es el silencio de los cementerios lo que inunda las arterias de la ciudad mientras algunos duermen. Quien piense así no tiene oídos más que para sí mismo.


C

Su celular relampaguea con la llegada de un mensaje. Somos bombas que esperan el estímulo indicado para detonar: el torrente de sensaciones que la desborda lo prueba. Podría ser él. Tiene algo más para decir. El silencio estratégico dió resultado. Todavía la ama, le intriga su ausencia, necesita clarificar, rebatir, exponer, hablar, verla, sentirla.

Los mundos de nuestra imaginación son maravillosos, es una verdadera lástima que la cruda realidad los pisotee sin miramientos, mientras algo adentro suyo se resquebraja al leer las palabras de su madre, “hay pizza en la heladera”.

La peor parte, la que demuestra que el mundo es ilusión y sufrimiento, es que la escena se repetirá ante cada nuevo relampagueo del celular. Crecemos sin darnos cuenta de la cantidad de monstruos que dejamos anidar en nosotros, y cuando decidimos enfrentarlos son lo suficientemente fuertes como para devorarnos.


D

Sus dedos de porcelana le asieron el pene con demasiada fuerza. A las muñecas deberíamos dejarlas en la repisa, no llevarlas a la cama. Lo supo demasiado tarde, y mientras ella dormía en su pecho y el humo del penúltimo cigarrillo de la noche se elevaba hacia el ventilador, algunas gruesas lágrimas resbalaron por su rostro, le aguijonearon el cuello y murieron en las indiferentes sábanas con flores, demasiado infantiles para la crueldad muda del sexo.

Cuando ella se fue juró no volver a reír, y llenó la bañera con dos espesos torrentes de sangre. Otro Cristo que muere por los pecados del mundo, pero esta vez con los brazos pegados al cuerpo.

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