domingo, 15 de noviembre de 2009

Hybris


Y si tratar de comprender
fuera, en última instancia,
saber que no es posible más
que ser extranjeros en nuestro cuerpo.

Hay un molde vacío
al que tus antepasados
llamaron hombre.
Esa medida de todas las cosas
debe ser rota
si hemos de ser libres.

Hay que atravesar la piel
demoler los cimientos
de la buena conciencia
apagar alguno que otro
cigarrillo
en el ojo del amo
y no en el cenicero.

Hybris, desmesura.
O, lo que es lo mismo,
vida.

sábado, 22 de agosto de 2009

Lo Comparable


Cuando ella se volvió para mirarlo, el cigarrillo pendía de sus labios, confirmando la expresión ausente de sus ojos.
-¿Viste, negra? Dentro de algunas décadas vamos a estar muertos, y nadie va a saber que caminamos por esta calle agarrados de la mano. Tratá de sentir los detalles, fijate como se agita aquel árbol por el viento, cómo se está oscureciendo el cielo.
Caminaron en silencio hasta la casa de él, y cuando hicieron el amor esa noche, a ella se le erizó la piel como nunca ante cada roce, y las sábanas de algodón tenían una textura distinta. Igual que siempre, pero distinta.
"Eso es comparar", se dijo ella a la mañana siguiente, mientras perdía sus dedos entre los rulos de él, desordenados sobre la almohada.
Lo besó con suavidad, se vistió y fue a trabajar.
Desde la ventana que daba a 25 de mayo, miró a la gente perderse en la distancia sin percatarse del árbol, notablemente herido por la tormenta de la noche anterior.
Al cabo de una semana ya estaría como antes. O parecido al menos, porque sería el mismo pero ya habría sufrido un poco más, aunque no quedaran cicatrices a la vista.
"Eso es comparar", pensó ella mientras se subía a un taxi.
Ser iguales que siempre, pero distintos.

miércoles, 3 de junio de 2009

Tal como relampaguea en un instante de peligro


Bienvenido al caos de la existencia. Bienvenido al principio de todos los ocasos; espero que hayas traído tus lentes de sol para ocultar que el fuego divino te comió los ojos.

sábado, 16 de mayo de 2009

En tiempo de silencios


En tiempo de silencios propios, tal vez lo mejor sea recurrir a las palabras de otros que sentimos nuestras. En esa línea, entonces, aquí las de Berti.

Eduardo Berti. La última mujer

Ella sentía tanto pudor que evitaba desvestirse en su presencia. Un pudor desmedido, observó él. Un pudor que ocultaba se diría, algún misterio. Por fin le dio la espalda, se quitó la blusa y volteó enseñádole unos senos puntiagudos, aunque cruzando los brazos a la altura del abdomen “¿Ves’” le dijo sin mirarlo. “Ningún hombre vio antes esto”, y le mostró en consecuencia su asombroso cuerpo sin ombligo.

“Cuando nací –contó- no hizo falta cortar el cordón umbilical. Tiraron de él y mi ombligo se arrancó, limpio y entero, del vientre. Mi padre me puso Eva, como la primera mujer que, al nacer de la costilla de Adán, también carecía de un ombligo. Mi madre se sobresaltó y, en un arranque de superstición, exclamó que si la primera mujer había nacido sin ombligo, ahora yo podía ser bien la última. Los médicos rieron de buena gana; aún así hasta que en el ala contraria no nació la siguiente niña, una incertidumbre (no sé si exagerada) reinó en aquel hospital.”

El escuchó en silencio su relato y se rió de la misma forma que los médicos parteros. Luego recorrió con la lengua el vientre liso. Y la amó como si en efecto fuera la última mujer en la tierra.