viernes, 18 de abril de 2008

Ouroboros


Voluntad de ocaso y voluntad de infinito.

Ningún hombre es una isla, y en toda muerte humana se juega el destino de lo único que conocemos, a nosotros mismos.
En algún punto dejamos de cambiar la piel como las serpientes, e hicimos carne de ese conjunto de prejuicios, malentendidos y deformaciones que llamamos personalidad. A fuerza de imaginarnos que estábamos aislados, y que el destino de cada hombre era una cuestión individual, terminamos por convencernos de ello.
Convencer, persuadir, debatir, imponer. La manera occidental.

I laughed and shook his hand, and made my way back home
I searched a foreign land, for years and years I roamed

En algún punto, entonces, tal vez justo antes de atravesar ese enorme portal de luz que conduce al infinito, ese malestar que llevamos en el pecho desde antes incluso de qué pudieramos pensar quiénes eramos y para qué estabamos en este mundo, se disuelve.
Esta no es otra promesa de salvación, cuelgue el teléfono, guarde la billetera.
El malestar se disuelve y nuestros nuevos ojos no ven sino la complejidad maravillosa e inestable que compone el tejido del mundo. La tragedia que conlleva todo sentimiento. La vulgaridad mortal de todo pensamiento. La redención incomprensible que habita en cada cuerpo. Los finales y los principios como lo que son: la misma cosa.

I gazed a gazeless star, we walked a million hills
I must have died alone, a long long time ago.


Este blog comenzó en 2007 con una imagen de Ouroboros, la serpiente que se devora a sí misma. Regresa, por ende, a su punto de partida para despedirse.
Tal vez, cuando termine de devorarme a mí mismo, nos volvamos a encontrar, en caso de que aún quede algo en pie.
Gracias por todo.