domingo, 24 de febrero de 2008

24 de Febrero


Hace minutos un auto devoraba con sus faros los restos de la noche mientras yo desde el asiento trasero escuchaba un tango desvirtuado por la modernidad en su radio (la modernidad lo desvirtuó todo, incluso nosotros, y ese es el desgarramiento sin nombre que sentimos). Tengo 50.000 años y soy argentino, en caso de que eso importe.
50.000 años porque lo he vivido todo, en esta y en otras vidas. He sentido todo el amor y el dolor del que es susceptible una persona, y sin embargo la sensación siempre es nueva, siempre es absoluta, nos desborda, nos arranca de los cómodos refugios de la sonrisa y el bienestar fingido de la rutina. 50.000 años porque la historia de la humanidad se representa en plenitud en cada hombre y mujer que respira y muere.
Argentino porque ese es el nombre de un nacionalismo trágico que nos hermana, nos confina y arrastra en masa a la fosa común del mañana. Argentino porque mientras sonaba ese tango en la radio vi una fila de jacarandás y supe que, distancias salvables aparte, daba lo mismo estar en 2008 que en el siglo XIX, en Entre Ríos que en La Pampa. La tragedia es la misma, aunque los personajes varíen. Por eso las máscaras: para ocultar que debajo de ellas puede estar (fe de erratas: está) cada uno de nosotros.

"San Juan y Boedo antiguo, y todo el cielo; Pompeya y más allá la inundación".

Ahora, frente a esta ficción de un mundo estable que representa la pantalla, donde las letras se pueden borrar y las palabras son solo tentativas, puedo ser completamente honesto. Mi mujer está ahí fuera, es su cumpleaños y no puedo estar con ella.
And in case you haven't noticed, sugar, it's tearing me apart.