sábado, 25 de agosto de 2007

Olvido


“Ninguna pérdida debe sernos tan sensible como la del tiempo, puesto que es irreparable”.

Zenón


Desconozco cómo llegué al lugar. Si me perdí por las calles cercanas al puerto en aquella tarde nublada de Paraná o si fue una fantasía abrigada al calor de la estufa del living, da igual. Sólo recuerdo haber entrado a un caserón envejecido que tenía mis iniciales grabadas en piedra en un arco sobre la puerta.

En una iluminada sala estaban, pulcramente ordenadas en cálidos estantes de madera, todas las cosas que he perdido en esta vida.

En la primera repisa encontré el autito amarillo que en mi infancia perdí jugando en la arena, la pintura levantada alrededor de las ruedas, tal como lo recordaba. A su lado, una colección de soldaditos plásticos de cuya ausencia nunca me percaté.

Una biblioteca enfrente contenía todos los libros que presté y nunca me fueron devueltos. Una edición de tapas blancas de El principito destacaba entre el resto. A su lado, los contenedores plásticos de los Cds que nunca pude hallar.

Junto a la biblioteca se levantaba una serie de cajas apiladas, cada una con una pulcra etiqueta blanca escrita en birome. Abrí la caja Facultad. Allí estaban los apuntes que necesité para aquel examen de Historia y el anillo que rodó hasta una rejilla de desagüe cuando jugaba absorto con él mientras esperaba el comienzo de una clase.

En la caja Escuela se apilaban lápices, biromes y gomas de todas las formas y colores. Debo haber perdido al menos una por día de clases.

La caja debajo de esta contenía un pequeño recipiente con todo el dinero que se me cayó de pantalones agujereados y billeteras demasiado cargadas de monedas.


“¿Quién puede haber ordenado todo esto?” me pregunté en voz alta, mientras pasaba las páginas de un álbum de fotos de cubierta negra.

-Pensé que no lo ibas a preguntar nunca- me respondió la voz cálida de alguien que entraba a la habitación.

Tan radiante como el día en que la conocí, mi primera novia sonreía.

La tomé de la mano y corrí lo más rápido que pude, tratando de huir de aquella casa de muerte, de olvido, de pérdida irreparable. De la cárcel del tiempo.

Al salir a la luz de la tarde de sábado, nos desvanecimos lentamente, en un suave susurro, como lo hace todo lo que puebla los sueños al despertar.

2 comentarios:

Sibyl Vane dijo...

Más allá de tu escrito, que no puede otra cosa que encantarme, me enojé(es una forma de decir) con la frase del principio.
Realmente creés que toda pérdida que no sea de tiempo puede repararse o remplazarse?

Fenris dijo...

Bueno, yo no, pero Zenón parece pensarlo jajaja.
La verdad es que la pensé en un sentido muy amplio (todo lo que hacemos necesita tiempo, ¿no?), y más como una frase que te lleva a la acción que otra cosa...
"El tiempo" es un concepto demasiado abstracto como para preocuparse, lo maravilloso es llenarlo de contenido con gente, risas, lecturas, sol, lluvia, llanto, amigos...
Probablemente al momento de escribir la frase Zenón era viejo. ¿Lo perdonamos y nos quedamos con la parte útil? Jajaja.

Gracias por tus comentarios sibyl, no lo comenté en el post anterior, pero yo también te aprecio y actualizo este blog por vos.
Espero que andes bien.