martes, 22 de febrero de 2011

Mímesis


Estabamos llegando cuando la vi caer, fulminada por un rayo divino, como si el espíritu santo acabara de entrar en su cuerpo.
Un hilo de sangre pendía de su nariz. Stigmata.
La cargamos en brazos, subimos las escaleras, la depositamos en su cama. La procesión.
Cuando volvió en sí lo primero que hizo fue saltar sobre mí. Hicimos el amor durante algunos minutos, ensuciando sus sábanas recién estrenadas.
El Santo Sudario.
En esta historia, sin embargo, la que muere crucificada es la virgen, y lo que se quiebra no es el templo.
Somos nosotros.

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