
“El recuerdo es el único paraíso del que no podemos ser expulsados” J. P. Richter
Cliché casi tan repetido como su contrario, el que lo postula como el sentimiento más hermoso del mundo, como la razón de ser de los seres humanos, como el misterio último, inaccesible y redentor ("Vos pensás eso porque no lo conocés. Ya te va a llegar el amor").
Bueno, señoras y señores, a mis 22 años puedo decir que el amor me llegó y se fue, y como administrador de este hotel que es mi cuerpo puedo decir con total honestidad que es el peor huésped que he tenido.
Llega sin avisar.
Pretende instalarse en la mejor habitación de todas, y una vez que le es concedida acaba por ocupar todo el hotel.
Tiene demandas irracionales que acabamos cumpliendo al pie de la letra.
Prohibe la entrada de otros huéspedes al hotel. Así, el sentido común, las amistades de años, los sanos ritos de la soledad y, digámoslo, el instinto de propia conservación (el amor es una especie de locura), terminan quedando fuera de nosotros.
Se va sin avisar ni pagar las cuentas, dejando todo hecho un desastre y, de hecho, averiando las cosas de tal modo que uno duda si pueden ser recompuestas y si no sería mejor demoler el hotel, comenzando de nuevo.
Y sin embargo, tengo que declarar que todo esto sería soportable, si no fuera por un detalle más: se queda en la puerta del maldito hotel, esperando cualquier descuido de Seguridad (un día en que nos levantamos felices, una tarde de Domingo, las altas horas de la madrugada, el embotamiento etílico, la soledad que desgarra...) para volver a entrar. Y promete que no sólo repará todos los daños que causó, sino que además dejará el hotel en las mejores condiciones en que este pueda estar.
Señoras y señores, desde la gerencia de este hotel giramos un comunicado: cuidado con el amor. Es un huésped mentiroso e ingrato al cual, una vez que le abrimos las puertas, nunca podremos desalojar del todo.
Todo esto lo aprendemos la primera vez que viene y se va, y aunque ya es tarde, jamás lo olvidaremos.
Nos gustaría poner una foto del sospechoso para que estén alerta, pero es imposible reconocerlo a simple vista. Tiene tantos nombres como rostros, y la particularidad que tenía la hidra de Lerna: si le cortamos una cabeza, le crecen dos.
El amor participa de la naturaleza del deseo y como tal, es eterno y terrible, sobre todo para los mortales, que lo padecemos sin jamás comprenderlo.